«Las emociones también pueden surgir ante un buen diseño»
Mireia Ruiz es una artista plástica que vive y trabaja en su estudio en Barcelona. Hoy se dedica a su pasión artística, abordando el uso del color como herramienta comunicativa.
Ha estudiado diseño gráfico, pero es, sobre todo, autodidacta, ¿es así?
Mi formación es en diseño gráfico, pero efectivamente he aprendido de manera autodidacta en varios campos como: la fotografía, la escenografía para producto y las artes plásticas. Me considero una persona curiosa y me gusta aprender nuevas técnicas y herramientas para llevar a cabo mis ideas y proyectos. Como docente me encuentro con alumnos que se estresan por verificar que su elección en los estudios ha sido la correcta, como algo inamovible, yo intento darles mi experiencia como ejemplo. Es normal y no debe dar miedo que una persona a lo largo de su vida pueda variar su profesión y sumarle nuevos
conocimientos.
Ahora imparte clases en IDEP. ¿Cómo se ven las cosas al otro lado?
Observo muchos temores, principalmente desconfianza en sus capacidades creativas. Me centro mucho en reforzar esa parte, intento hacerles ver sus puntos fuertes, no solo los débiles. E insisto en que es una carrera de fondo, la escuela es un entrenamiento para el mundo laboral. Insisto mucho en el autoproyecto para demostrar de qué son capaces de crear sin esperar el encargo perfecto. Esos resultados inesperados y que salen de la inquietud propia pueden atraer a clientes que se ven seducidos por esa frescura y constancia. La constancia es esencial en el mundo creativo, esa faceta creo que ha provocado lo que he conseguido en mi carrera profesional.
Para usted, el color es muy importante. ¿Por qué?
El color es un lenguaje visual que afecta al estado anímico del que lo percibe, por ese motivo me interesa explorar las diferentes gamas cromáticas y cómo la gente reacciona con el color. Sobre todo con los colores más saturados, que exaltan muchas emociones y pueden inquietarte; por el contrario las gamas neutras o análogas relajan, y te mantienen en un entorno más cómodo.
Me considero una niña de los 80 y la explosión del color causó un gran impacto para mi, desde el mundo de la moda, el grafismo o el mobiliario. Guardo con cariño un libro del grupo Memphis, fundado en 1981, diseñadores, arquitectos y grafistas de Milán que se reunieron en torno al gran Ettore Sttsass. Ellos marcaron esa explosión de colores vivos, uniendo formas y materiales inusuales que te hacen soñar en un entorno provocador y creativo.
Y de manera mucho más particular y personal, el color marcó toda mi infancia, ya que mi madre me obsesionó con las combinaciones en mi vestimenta. Tenía zapatillas de casi todos los colores que encajaban con ciertas prendas de mi armario. Para mi el color era un juego diario, y en mi adolescencia tuve épocas que vestía totalmente de azul, de rojo, de rosa…
Todas esas experiencias e influencias se vuelcan en mi trabajo. La elección cromática en mis proyectos es fundamental, suelo pensarlo mucho, y después de esa elección soy fiel hasta finalizarlos, le llamo «el pacto de color». Creo que la clave es no tenerle miedo al color y sentirlo, dejando a un lado el significado que nuestra cultura le pueda otorgar, ya que nos puede condicionar. «Cualquier color por mucho que lo odies, si lo practicas puedes acabar amándolo». Esta reflexión es de Josef Albers, un referente en la práctica del color, que menciona en su libro ‘Interacción del color’, y que no le falta razón.
Estamos envueltos en diseño continuamente, pero el arte es más personal. ¿Cree que el arte siempre debe despertar emociones?
El diseño nos ayuda a comunicar un mensaje, nos ayuda a encontrar soluciones y tiene una función concreta, se ve limitado al brief, a las necesidades comunicativas del cliente y a la comprensión del receptor, es el cable de unión y debe funcionar. En cambio el arte se estructura en base al mensaje del artista, pero, al contrario que el diseño, puede ser menos explicito, con lo cual mucho más libre. Es decir, hay mensaje, pero el medio para transmitirlo puede ser tan poco evidente que por eso hablamos de «sentir». Si lo pensamos, los sentimientos son más complejos, y pueden ser subjetivos, al mismo tiempo el arte puede despertar sentimientos distintos dependiendo del receptor, e incluso puede llevarte a reflexiones personales a partir de la obra del artista. Para mí, el arte y el diseño tienen un mensaje, pero en el diseño es más evidente y en el arte es más intuitivo, el artista te deja cierta libertad de interpretación, que es donde pueden nacer los sentimientos o emociones. Creo que no se trata de dejar las emociones limitadas en el mundo del arte, las emociones también pueden surgir ante un buen diseño. Pero para explicar ciertas obras de arte es más fácil hablar de ellas con sentimientos, sobre todo si hablamos del arte abstracto.
Es un tema bastante complejo, sabiendo que aunque arte y diseño no son lo mismo, sí se interpelan en muchas ocasiones. Y la libertad que goza el arte le hace experimentar en nuevos lenguajes visuales más fácilmente, algo que nutre el mundo del diseño.
Si trabajaran más de la mano: arte, diseño, ingeniería y ciencia, se resolverían de manera más creativa, funcional y emocional muchos proyectos. Hago referencia a esto ya que siempre se tiende a separar a los perfiles profesionales, algo que sí se practica en el Mit Media Lab de Massachusetts.
En su bio, dice que su principal motivación es «pintar mis obras con color para transmitir un mensaje positivo y desarrollar un universo paralelo». ¿Cómo sería este universo utópico?
Un universo utópico sería empático, amable, respetuoso, pacífico… todas aquellas características que nos hacen buenos. Ese lugar se construye en nuestra mente, podemos mejorar el presente y acercarlo a la utopía. Aunque la realidad es tan compleja y dura que cuesta imaginarlo, creo que por ese motivo construyo mi propio lugar a través de mis obras. El color es la herramienta visual que transmite esa positividad, que nace de la naturaleza limpia y auténtica, que me aleja de la oscuridad que llevamos dentro. Vivimos el sufrimiento, la codicia, el individualismo, y un largo etcétera de miserias que nos hacen al mismo tiempo humanos. Somos el bien y el mal, ejercemos el bien y el mal, esa lucha de fuerzas tiene un fin. No tengo la solución, no soy científica, no soy política, no tengo un cargo destacable en el tablero, pero sí puedo proyectar cierta energía a través de mi trabajo.
Su trabajo es sobre todo pictórico, acrílico sobre lienzo, pero también sobre papel o madera. ¿Hasta qué punto son importantes los materiales?
La materia es importante porque es tangible y es limitada. Siempre me ha gustado trabajar con la pintura porque tiene un poder transformador. Pinto objetos que me encuentro o rescato y les doy otra oportunidad. Tendemos a desechar muchos materiales y no podemos permitirnos ese lujo. Una labor que me encanta es trabajar con retales, trozos o descartes de maderas. La madera es un material noble, finito y que necesita su tiempo de crecimiento. Me duele ver sillas, tablones, muebles en la basura, así que intento recolectarlos y transformarlos en collages. Es una manera como tantas otras de reutilizar el material, ya que, a diferencia del lienzo donde establezco qué quiero y cómo lo quiero, con este otro proceso no es lo que quiero, sino lo que tengo, lo que se me ofrece. Por ese motivo no sé cómo será la obra finalmente, tiene un efecto sorpresa para mí, no decido parte de la obra, ella se va construyendo con mis decisiones pero no puedo controlarla totalmente. Eso también hace que de alguna manera luche con las premisas de la perfección, no error, no experimentar y controlar… que pueden resultar asfixiantes.
Ha expuesto, sobre todo, en muestras colectivas. Para un artista, ¿es difícil exponer su obra individualmente?
Realmente las propuestas que he recibido han sido colectivas, y por otro lado, no he propuesto hacer una exposición individual. Es un asunto más personal, creo que por falta de confianza y tiempo, ya que siempre he combinado mi faceta artística con la del diseño o la fotografía, por ese motivo no he conseguido concentrarme en crear una exposición que se centre en un tema y un conjunto de obras que lo expresen. Las buenas noticias son que este año lo quiero lograr y, si todo va bien, a finales de año haré mi segunda exposición individual en Barcelona.
¿Cree que el arte no se valora suficientemente? Es decir, a nivel escolar, por ejemplo… O a nivel social, ciertas manifestaciones artísticas como el street art…
El dibujo es la primera herramienta comunicativa que realizamos de pequeños, antes que el lenguaje. A medida que creces se tiende a valorar la técnica, dejando un lado la libertad y la experimentación. Por eso siempre escuchas a la gente decir «no sé dibujar», creo que sería más correcto decir: no me gusta o sí me gusta. Académicamente y socialmente te enseñan a que, si no reproduces bien las proporciones o la luz, el realismo en concreto, ya no sirves. Para mí eso es un error que personalmente me condicionó, hay muchas formas de expresarte artísticamente.
El arte no es la profesión que tiene mejor fama, todos conocemos las vidas de miseria de muchos artistas, aún conociendo las exitosas trayectorias de algunos de los más famosos. Cosa que seguro que pasa en otras profesiones, pero el arte, como apunta, no tiene el mismo valor.
Quizás es algo relacionado con el valor que se le da a lo cultural, cuando sabemos que todos necesitamos sentir, ver, interpretar y disfrutar del arte. Hablando del street art, que puede molestar si no se ejerce con permiso, creo que si se fomentase el muralismo en las ciudades podríamos tener un museo al aire libre, para todos, podría llenar de vida y reflexión las calles grises.
De sus clientes y colaboraciones, ¿recuerda alguna en especial?
La colaboración que recuerdo de manera especial es la que hice con la marca australiana Gorman Clothing. Cada temporada colabora con un artista, y a partir de su obra elabora una colección limitada. Ver cómo mis cuadros pasaban de estar en la pared, reposados, se transformaban en estampados y cobraban vida con la moda, fue increíble. Una experiencia que me enamoró y he seguido colaborando con otras marcas de ropa, es una sensación emocionante vestirte con tu propio arte. Pude visitar Melbourne y conocer a todo el equipo que lo hizo posible, ver las tiendas con mi nombre rotulado en los escaparates, me sentí muy respetada y valorada. Esta colaboración me abrió las puertas para muchas otras.
¿Cómo aborda las colaboraciones?
Cuando trabajo para colaboraciones, independientemente del producto a tratar, todo parte de mi trabajo previo. Antes de empezar, a mis clientes les digo que se revisen mi trabajo, porque me expreso de diversas maneras, y me manden aquellas obras que les emocionan más. Y a continuación empiezo a trabajar con esa base, luego les mando las propuestas y así nos vamos acercando a un resultado común. Parte de mi trabajo es crear para mostrar qué puedo hacer.
Todos mis proyectos están muy relacionados con mi imaginario, así que para mí no es muy diferente aplicarlo en cualquier formato.
En packaging, destaca la edición limitada de Torres Brandy Jaime I, con un estuche basado en la pintura de la barrica donde envejece el brandy. ¿Nos puede hablar de esta colaboración?
La colaboración para Torres Brandy ha sido un encargo muy interesante por la intención y el formato. Que una marca de prestigio ponga en valor a artistas en activo es una acción muy gratificante para ambas partes. Como me encanta pintar, en cuanto me explicaron que el reto era pintar una barrica me emocioné enseguida, y al saber que formaría parte de una colección especial de muchos otros artistas, no dudé en unirme al proyecto.
Para inspirarme, hice una visita guiada a sus instalaciones y me explicaron con detalle todo el proceso de elaboración del brandy Jaume I, un trabajo que requiere paciencia y tiempo.
Lo primero que vi fueron los campos de viñedos, la tierra y su textura, las uvas y sus formas, una hormiga que se cruzaba en mi camino… Suelo fijarme en ese tipo de detalles. Como la textura de la madera en la barrica, el brandy y su color, los reflejos en una botella tan especial, con curvas y giros. Pero había algo que nos unía especialmente, el tiempo. Para hacer ese brandy Torres, se necesita tiempo, constancia y un lugar donde mimarlo, por ese motivo en mi interpretación aparece el reloj de arena, la escalera como símbolo de esfuerzo y una cerradura, un lugar cerrado para que se elabore. Todos estos elementos, junto a las texturas y los campos de viñedos, se entrelazan en mi obra para Torres.
¿Ha hecho algún otro trabajo de packaging? ¿Le gustaría?
Recientemente he colaborado con la marca estadunidense Jaime Makeup, para el packaging de unos parches para el contorno de ojos. La propuesta era muy interesante porque diseñaba el estuche y la caja que lo acompaña. Además ellos ya habían colaborado con un ilustrador para otros productos y respetaron mucho mi estilo, por mi parte, trabajé con su gama cromática corporativa. Un lenguaje que entiendo, el de las marcas y el branding, ya que mi formación como grafista me permite orgánicamente aplicar mi arte de manera que encaje con la marca.
Me encanta establecer este tipo de colaboraciones, me enriquece que mi arte se adapte a diferentes formatos, ya sea el packaging o el textil u otra propuesta. Al final un cuadro queda colgado en una pared, las colaboraciones te permiten llegar a más públicos y me hacen salir de la monotonía.
¿Cuáles son sus próximos proyectos?
Tengo un proyecto que cruzo lo dedos para que salga, porque me haría feliz, pero no puedo hablar de ello todavía. Justo empezamos el año y ya hay propuestas, pero de momento son colaboraciones que no están cerradas. Como comentaba, mientras tanto, me concentraré en mi exposición individual y en elaborar un conjunto de obra importante para hablar del hecho fortuito del encuentro, no entre personas, sino entre personas y cosas, cómo los objetos influyen en tu entorno.